OPINIÓN. La guerra en Ucrania ha sumido a Europa y al mundo en la tragedia. Además, nos muestra que en el siglo XXI, como nunca antes, la paz dependerá de factores geopolíticos y económicos.
Todo está convergiendo, inextricablemente relacionado. La guerra de la información y de las infraestructuras de la comunicación está en el centro del conflicto, como demuestra la rivalidad entre las plataformas de redes sociales o la donación de kits de conexión por satélite a los ucranianos por parte de Elon Musk, jefe de Tesla y de la constelación Starlink. La búsqueda de una mayor soberanía como condición para la paz, que ya se puso de manifiesto durante la crisis sanitaria de la Covid, va a guiar nuestras políticas públicas durante mucho tiempo.
Esta soberanía es global: militar con el rearme, industrial con la relocalización, energética con las renovables y digital con la nueva normativa europea y la supervisión más estricta de los GAFA. Sabemos que en el corazón de todos estos sectores económicos, los datos se han vuelto esenciales, el nuevo "oro gris" que impulsa el éxito de Amazon, Netflix y Facebook. De manera más general, se ha convertido en el motor de los intercambios sociales y de la innovación, ya sea militar o civil. La revolución de la nube, al poner en común los datos y los programas informáticos utilizados por las empresas en los servidores, ha permitido aumentar considerablemente la eficacia. La tecnología digital se ha convertido en esencial para optimizar nuestro consumo de energía, ya sea para un coche, una casa, una fábrica o un edificio de oficinas. La transición digital está en parte ligada a la transición ecológica y, por tanto, al inicio de la soberanía energética.
Sin embargo, los datos necesitan más de lo que imaginamos para existir: los centros de datos que se están construyendo en todo el mundo requieren metales pesados, plástico, hormigón y espacio, aunque también utilicen electricidad renovable. La explosión prevista del volumen y del tráfico de datos sólo puede conducir a un aumento del número de terminales (teléfonos, ordenadores) y de las infraestructuras de comunicación, que representan la mayor parte de la huella de carbono de la tecnología digital.
La soberanía energética plantea una pregunta sencilla: dado que los datos y su ecosistema consumen mucha energía, ¿cómo podemos hacer un uso más sostenible de ellos? ¿Debemos producir datos sin saber qué queremos hacer con ellos, como proponen los partidarios de la ultraconectividad? ¿Merecen todos los datos ser producidos, almacenados y puestos a disposición a gran velocidad, cuando su almacenamiento y tráfico ya representan entre el 6 y el 10% del consumo mundial de electricidad, cuya producción sigue basándose en gran medida en los combustibles fósiles? El electrón francés bajo en carbono no tiene nada que ver con el chino, el indio o el africano. Durante mucho tiempo, la tecnología digital seguirá oliendo fuertemente a gas, carbón y petróleo, por no hablar de la presión sobre todos los metales y elementos de tierras raras que se espera con la electrificación y digitalización de la movilidad, con los coches convirtiéndose gradualmente en "smartphones sobre ruedas".
Los datos no contienen en sí mismos la solución a los problemas que plantean. Al contrario de lo que sugiere su nombre, los datos no se ofrecen espontáneamente, sino que se producen. La carrera desenfrenada hacia un volumen y un rendimiento cada vez mayores no tiene sentido. Por lo tanto, es responsabilidad de los poderes públicos concienciar sobre la sobriedad en un sector en el que las cantidades ilimitadas y siempre crecientes parecen ser la norma, para apoyar a las tecnologías y a los actores de una frugalidad digital que no es sinónimo de vuelta a la Edad de Piedra, sino un deber de lucidez, responsabilidad y sostenibilidad. Partiendo de los datos existentes y a menudo suficientes, debemos inventar un uso más sobrio y cualitativo de los datos, diferenciado según el contexto, con el objetivo del interés general. Sólo así podremos establecer la soberanía energética, factor de paz y justicia social en la transición ecológica.
Opinión publicada originalmente en La Tribune el 24 de junio de 2022.